De colección
Acumulamos objetos, los consideramos valiosos e interesantes. La tendencia de acumular ya sea por su rareza, belleza, relevancia cultural o histórica es algo común en toda vida humana.
El origen del coleccionismo se remonta al principio de los tiempos. Probablemente, en nuestros inicios como especie, recolectábamos piedras o plantas no solo por su utilidad, sino también por su atractivo visual o místico. Con el paso del tiempo, las antiguas civilizaciones como egipcia, griega y romana llevaron este instinto a otro nivel, acumulando joyas, monedas, cerámicas y esculturas. Para ellos, estos objetos representaban afición, creencias o simple ostentación.
Un ejemplo significativo de este afán por recopilar es la Biblioteca de Alejandría. Con un objetivo tan ambicioso como compilar todo el conocimiento conocido, se estima que albergaba casi medio millón de obras. Esta noble obsesión cultural se mezclaba con el deseo de demostrar poder, un binomio que a menudo acompaña al coleccionismo.
En la Edad Media, el coleccionismo giró en torno a objetos religiosos, reliquias, manuscritos y pinturas. Por ejemplo, el rey Alfonso VI conservaba, entre otros tesoros, un trozo del vestido de Jesús y del Santo Sudario. Este afán por preservar historia —auténtica o no— era tanto un acto de devoción como una manera de exhibir poder.
El Renacimiento trajo consigo un enfoque más organizado y sistemático. Los Medici, por ejemplo, acumularon obras de arte y objetos antiguos no solo por razones estéticas, sino también culturales. También nacieron loas gabinetes de curiosidades, espacios donde se almacenaban conchas marinas, animales disecados y otros objetos exóticos que despertaban fascinación.
En el siglo XX, el coleccionismo adquirió un nuevo carácter con la llegada de los objetos de consumo masivo. Viajar también se convirtió en una puerta de entrada a la acumulación de recuerdos, desde imanes hasta postales y objetos típicos. Esta faceta más espontánea del coleccionismo se mezcla con una actitud nostálgica y, a veces, compulsiva: juguetes Playmobil, Lego, Kinder, latas de cerveza, etc. Los coleccionistas se centran una amplia variedad de objetos, desde arte contemporáneo hasta objetos tecnológicos y deportivos.
Desde pequeña, el coleccionismo formó parte del escenario de mi hogar. Mi mamá coleccionaba pequeñas cucharas de té de todas partes del mundo. Aunque no viajaba constantemente, siempre pedía a amigos y familiares que le trajeran una. Eventualmente, ya ni siquiera tenía que mencionarlo: las cucharas simplemente llegaban. Yo me preguntaba si alguna vez las usaría o si estaban destinadas a esperar una ocasión especial. No, simplemente reposaban en el mueble bar, apiladas. Hoy, ya no sé dónde están, probablemente ahí mismo llenándose de polvo.
Una tía, por otro lado, coleccionaba dedales de todo el mundo. A mí me parecía algo muy romántico, casi poético, considerando que los dedales ya habían perdido su uso práctico. Se transformaron en pequeños objetos de admiración estética que reposaban en su mesa de centro en el living.
Mi papá coleccionaba soldados de plomo, pulcramente organizados en un estante. Yo, que los veía como juguetes, me contenía de tocarlos. Su valor iba más allá del juego; eran figuras para observar, no para usar.
En mi habitación, sus libros llenaban cada muro. Muchos. Eran de colección: novelas, historia, filosofía. Quizás no los habrá leído todos, pero esas pilas de libros me abrieron puertas en mis noches de insomnio, invitándome a descubrir nuevas temáticas y mundos sin ningún tipo de restricción.
“No exagero al decir que para el verdadero coleccionista la adquisición de un libro nuevo es el renacimiento de éste" [...] "Para el coleccionista, saben, la verdadera libertad de todos los libros está en algún lugar de sus libreros.” -Walter Benjamin
El coleccionismo también se hacía presente en el colegio. En los recreos, intercambiábamos pequeños juguetes de las cajitas felices de McDonlads’s o láminas de álbumes como “Frutillita” o “Te Quiero”. Incluso los stickers tenían su propio sistema de categorías: holográficos, con aroma, de terciopelo. Era nuestras primeras aproximaciones a entablar amistades, con gente que tuviera una colección similar, nos daba un tema un común. Sin que alguien nos enseñara, y sin saberlo, era nuestro pequeño mercado y nuestra primera lección de economía, del valor de lo escaso, de lo raro y valioso. El valor de guardar para el futuro.
“El coleccionismo es un fenómeno originario del estudio: el estudiante colecciona saber.” -Walter Benjamin, Libro de los Pasajes
Hoy no me considero una gran coleccionista, pero sí me gusta traer un imán de cada destino que visito. Mi refrigerados es un collage de recuerdos, un lugar donde las historias toman forma. Como además tengo mala memoria con las fechas, algunas tienen fechas como la llegada de nuestra gata Pepina, nuestra primera foto con mi marido, unión civil y matrimonio.

También colecciono clases de danza. En cada lugar que viajo, intento tomar al menos una clase, aunque sea difícil encontrar academias. Mi souvenir es el movimiento, el lenguaje universal de la danza. Así, llevo conmigo experiencias de Buenos Aires, Nueva York, Dusseldorf, Madrid, Miami e incluso Villa La Angostura.
Coleccionamos porque cada objeto, cada experiencia, nos conecta con un momento, un lugar o una persona. Porque nos define, nos cuenta y nos guarda. Custodiamos lo que amamos para evitar que su desvanecer y su pérdida, y para reafirmar quiénes somos.
Coleccionamos para que las historias no se pierdan y para contarle al resto del mundo. Almacenamos las historias que representan esos objetos… Las acumulamos y nos volvemos expertos en recordar.
“Los coleccionistas se crean un mundo. Se crean un pequeño mundo, eligen ciertos símbolos del mundo real y los convierten en habitantes de su mundo particular.” -Arnaldur Idridason, Las Marismas