De color
Ligamos íntimamente a los colores a emociones, momentos y recuerdos. El otoño es naranja, la primavera rosa, el verano amarillo y el invierno azul o gris.
Los colores son asociaciones, son una forma de percibir nuestra realidad de acuerdo con una construcción cultural previamente articulada.
El color existe gracias a la luz. Los objetos no tienen color propiamente; cada elemento tiene la capacidad de absorber o reflejar la luz natural o artificial que se encuentra en el ambiente. La luz que refleja y no pudo ser absorbida es lo que podemos percibir y denominamos color.
Cada especie tiene rangos distintos de visualización del color de acuerdo con necesidades y supervivencia. Hay animales como las palomas y peces que pueden ver luz ultravioleta (sería como vivir una fiesta rave constante, ¡qué mundo más psicodélico!).
Culturalmente, el significado y cómo se percibe el color varía. En China, Medio Oriente, India y Japón, el blanco está asociado a actos fúnebres debido a su relación con la claridad y elevación, representando la creencia de una vida superior tras la muerte. En Occidente, en cambio, simboliza pureza e inocencia, siendo el color preferido por casi todas las novias.
En su libro “Psicología del color”, Eva Heller explora la relación de los colores con nosotros, sus implicaciones y utilización, y que no son algo tan superfluo como se podría imaginar:
“Los resultados del estudio muestran que colores y sentimientos no se combinan de manera accidental, que sus asociaciones no son cuestiones de gusto, sino experiencias universales profundamente enraizadas desde la infancia en nuestro lenguaje y nuestro pensamiento. El simbolismo psicológico y la tradición histórica permiten explicar por qué esto es así.”
Algo tan simple como los colores que vemos nos lleva a percibir nuestra realidad y existencia de determinada manera. Pensando en esto, me pregunto si mi percepción de un invierno azul y frío, que me invita a estar en casa, me da un poco de tristeza y ganas de descanso, podría ser una apreciación que va más allá de lo personal teniendo una profunda componente social.
Desde mi niñez, el color ha sido una herramienta que he utilizado de manera consciente. Estudiar diseño me ayudó a profundizar en su estudio y comprender lo útil que es para determinadas áreas y objetivos, como el foco de atención, creación de atmósferas y el Visual Merchandising.

Cuántas veces me pasé revisando una Pantonera, pareciera que fuesen infinitas posibilidades de color. Sin embargo, gracias a la interpretación del cerebro, el ojo humano tiene un espectro visible entre luz violeta y luz roja, estimando que podemos distinguir hasta 10 millones de colores. Suena a mucho ¿no? A pesar de ello, siempre me he preguntado como serían esos los colores que no somos capaces de ver.
Dentro de lo que, si podemos ver, que es un vasto mundo colorido, hay cosas que arman perfectas sinfonías cromáticas. Entre ellas, siempre he tenido una debilidad por el mundo estético y la memorabilidad que logran ciertos usos del color.
El color es una herramienta disponible para todo artífice, entendiendo que todos somos creadores. Seremos más o menos conscientes de usarlo a diario y para ciertos proyectos, pero a veces sin darnos cuenta, impacta profundamente en nuestras vidas, tal como lo declara Eva Heller:
“La creatividad se compone de un tercio de talento, otro tercio de influencias exteriores que fomentan ciertas dotes y otro tercio de conocimientos adquiridos sobre el dominio en el que se desarrolla la creatividad. Quien nada sabe de los efectos universales y el simbolismo de los colores y se fía sólo de su intuición, siempre será aventajado por aquellos que han adquirido conocimientos adicionales”.
Este medio para influir en nuestra alma y percepción de la realidad resulta clave para la decoración de espacios. Me ha tocado por mi trabajo dirigir varios proyectos de decoración de pilotos y espacios, -e indiscutiblemente-, el color es una pieza clave como hilo conductor, articulador y señuelo de cualquier espacio. Para mí no falla, utilizo siempre un color acento que escojo para dirigir la mirada a ciertos puntos, un color que destaque y que rompa la armonía perfecta o la paleta plana de colores de su alrededor. Con ello, me aseguro de que la persona inconscientemente dirija su mirada a ese punto y se detenga brevemente, para que así su cerebro lo registre y luego lo pueda recordar. Por lo general, para estos casos se utilizan colores realmente vibrantes desde amarillos, naranjas, rojos, verdes limón a morados, dependiendo del contraste que tengan con su entorno.

El color a su vez es un señuelo, guiando la atención hacia dónde queremos y desviándola de donde no queremos. Esto es aplicable a todo, a como nos vestimos o nos maquillamos. Si me maquillo bien los ojos con un delineado perfecto, (Maybelline Eyes Studio, para mí de las mejores, no se corren y aguantan todo el día, incluso picar cebolla), quiero que te fijes en mi mirada y hagamos conexión. Y si utilizo un labial llamativo o que marque bien la boca (por siempre mi fav 999 Velvet Rouge Dior) para alguna conferencia o reunión donde toca exponer es porque estaría buscando que interpreten mejor mis palabras y se fijen en lo que hablo.
En el mundo de la danza sucede igual. Muy lejos de ser una perfecta bailarina, termino siendo una suerte de aficionada con gran pasión y esfuerzo. Entendiendo mis límites y mis debilidades como bailarina, muchas veces he sido capaz conscientemente de poder interpretar bailando con ciertos acentos en donde quiero que la mirada vaya o donde están mis fortalezas en escena, mientras que, para otras, donde sé que soy débil, las trato de sobrellevar de una manera más camuflada, -digámoslo-, porque finalmente la atención de las personas es limitada, y la intención, movimiento, o en este caso el color, ayuda dirigirla donde queramos.
El color es parte primordial de la configuración de nuestra realidad, es parte de nuestro contexto e identidad. Nos ayuda a describir nuestro rico mundo interno, siendo una suerte de lenguaje o idioma para poder describirlo, y a la vez, ser capaces de sentir lo que nos rodea y nos ocurre, y nada más bello que enmarcarlo en un color determinado.