De comida
Cocinar es un acto humano. Desde la domesticación del fuego hace más de un millón de años, el acto de cocinar ha evolucionado de ser una necesidad básica a crear vínculos sociales profundos.
Como lo menciona Richard Wrangham en su libro "Catching Fire: How Cooking Made Us Human", el control del fuego y la cocina no solo nos dieron la capacidad de digerir los alimentos de manera más eficiente, sino que transformaron nuestra biología y nuestro comportamiento. A través de la cocción, nuestros ancestros comenzaron a absorber más energía de los alimentos, permitiendo el desarrollo de un cerebro más grande. Esto no solo marcó un punto de inflexión en nuestra evolución, sino que también fue el punto de partida de algo mucho más profundo: el tejido social.
En la misma línea, el español Faustino Cordón en su obra "Cocinar hizo al hombre" nos invita a reflexionar sobre la trascendencia de la cocina. Para él, este acto va más allá de lo meramente higiénico o de supervivencia; es un acto social que requiere la cooperación entre individuos y que, según su perspectiva, podría haber sido un catalizador para el desarrollo del lenguaje, siendo en esencia, el inicio del entramado social humano:
“Tengo la convicción de que la primera y más trascendental consecuencia de la actividad culinaria hubo de ser la palabra, esto es, nada menos que el cambio cualitativo del homínido en el hombre”.
En mi experiencia personal, cocinar es muchas veces, -muchas otras una mera necesidad-, un acto profundo de demostración de cariño. Recuerdo cómo, durante años, cocinaba para mis padres y mi hermana cada domingo en un momento difícil familiar, con la esperanza de que, de alguna manera, mi comida ayudara a sanar sus almas. Intencionaba cada preparación y deseaba lo mejor, a lo mejor, por eso me quedaban tan deliciosas, o eso me decían para que les siga cocinando. Nada como el refuerzo positivo ¿no?

Admiro profundamente a quienes cocinan con el corazón, y me impresiona su capacidad para preparar platos de memoria, como si las recetas fueran historias vivas que se transmiten de generación en generación. Mi abuelo materno era uno de esos magos de la cocina; sin embargo, nunca compartía sus recetas. Sus preparaciones, llenas de especias y secretos, quedaron como recuerdos imborrables de sabores que, lamentablemente, se llevó consigo. Celosamente preparaba, muchas veces en botellas de marcas de cualquier cosa, ciertas preparaciones que vertía sobre lo que cocinaba y nunca te decía qué llevaba por más que le preguntaras mil veces. Sabores especiados, estoy segura de que mucho de lo que preparaba llevaba su buena porción de comino y otras especias como orégano. Recuerdo también en sus recetas dulces, su famosa torta húmeda de chocolate cubierta con merengue duro, a lo “torta de novios” antigua. Es lamentable pensar que esos sabores que pude acceder por años en mi infancia, sea muy probable que nunca más pueda volver a sentir.
De las antiguas recetas que, si han traspasado generaciones, logré sacar fotos de recetas escritas a mano del lado italiano de mi padre. En hojas de cuaderno amarillas aparecen escritas en italiano recetas de Farinata y Zabaione.
Hay sabores que no se olvidan. Mi padre, aún recuerda las tortas de trufa negra que le daban en sus cumpleaños cuando era niño. Tortas hechas con manos de las “monjas rusas”, que dicen que habían escapado de Rusia y vivían juntas en una casa en Las Condes. Recuerdo de muy niña haber acompañado a mi papá a buscar su última torta ahí, sin saber que nunca más ambos sentiríamos aquel sabor, y digamos, el olor a chocolate profundo de esa casa.
Los sabores, la cocina, ver a nuestros padres y abuelos cocinar es memoria que cala en nuestras entrañas. La película griega “Politiki kouzin” (“La Sal de la Vida”) de Tassos Boulmetis captura esta idea a la perfección. En ella, Fanis Iakovedis, profesor de astronomía y astrofísica, recuerda su infancia en Estambul junto a su abuelo Vassilis, quien tenía una tienda de especias y lo introdujo en ese mundo, utilizándolas como metáfora para enseñarle sobre los planetas y, más allá, sobre la vida misma. La canela era Venus, ya que, según Vassilis, “como todas las mujeres, la canela es dulce y amarga” mientras que la Tierra era la sal, pues en la Tierra hay vida y la vida necesita comida, ¿y qué hace que la comida sea más sabrosa? La Sal. La vida requiere sal también, vida y comida necesitan sal para ser más sabrosas.
Disfrutar la comida, la compañía, historias entorno a un plato y una mesa, cocinar en grupo, es realmente un acto de profunda belleza. Hay algo muy íntimo en el cocinar, en el dejar una parte de uno en cada preparación, en compartir una comida, comentar los mismos sabores y registrar juntos un mismo recuerdo, que es solo eso, un recuerdo de un momento en forma de sabor.
Recordemos cada vez que estemos cocinando que estamos mucho más que creando un plato; estamos tejiendo memorias y conectando corazones:
"Cocinar y compartir es crear recuerdos, y cada comida es una oportunidad para crear una historia" “Sal, Grasa, Ácido, Calor”. Samin Nosrat