De danza
Nos movemos de formas inusuales y distintas a nuestro caminar y correr diario. Conectamos lo más íntimo de nosotros con y para el mundo externo.
La danza es la hermana de la música y no existe una sin la otra. Se dice que la música y la danza ayudaron a la creación de vínculos sociales, probablemente promoviendo la reunión y cooperación o como primera forma de comunicación.
Estas dos ideas conectadas entre música y movimiento es lo que el compositor alemán Karlheinz Stockhausen define como danza:
“Música y danza son interdependientes y se advierte la presencia de esta última en el interior de la percepción: mientras escucho música hay una parte de mí mismo que baila en mi interior. Para ello no necesito ningún reflejo visual, ello es así incluso cuando compongo o dirijo la orquesta. El cuerpo de aquel que está dotado de talento, además de la técnica necesaria para bailar, es capaz de "musicalizar" el gesto en una forma visual perfectamente válida. Y esto es danza.”
Nacemos y ya nuestro cuerpo baila, aunque estemos quietos, las pulsaciones, la respiración siguen un ritmo, nos sincronizamos interna y externamente. Somos únicos y nos movemos de maneras singulares.
Nací y ya bailaba según mi mamá. Durante su embarazo, solía ponerme música clásica y, al parecer esto me estimulaba. Según me cuenta, daba patadas y me movía como pirigüín en el agua. Luego, en el mundo exterior, recuerdo que desde pequeña me gustaba bailar. Con mi hermana éramos el show fijo para mis abuelos y cualquier invitado que llegara a casa. Simplemente nos ponían música, generalmente “Cachureos”, y se sentaban alrededor mientras nosotras bailábamos con toda la energía y frenesí. Nos aplaudían, se reían y nosotras reíamos hasta que nos doliera el cuerpo o nos cayéramos de tanto saltar y girar.
También tomaba clases de ballet clásico. Aunque es el mundo de la perfección misma, la profesora, a quien recuerdo como una escultura griega perfecta —alta, delgada, blanca y sin muchas expresiones—, sin embargo, a pesar de esta aparente frialdad, nos daba el espacio para desenvolvernos como quisiéramos. Al final de cada clase, una alumna podía llevar su casete favorito. Lo poníamos y todas bailábamos libremente una canción. Era una especie de catarsis luego de una clase rígida y llena de reglas; por lejos, era mi momento favorito, al son de “Azúcar Amargo” de Fey.

Ya más grande, me reencontré con el mundo de la danza bailando en la clase de Carla Chavarría, profesora del movimiento, amor propio por excelencia y una muy gran amiga. Desde el 2019, Carla es fundadora del mejor estudio de danza en Santiago, LaDanz. Este retorno a la danza ya no por hacer el show a invitados, ni estar rígidamente en clases para luego explotar en una catarsis. Era para encontrar mi propio eje en la sala y en la vida. Y así vamos, más de 11 años continuos en esta constante exploración de relación con el entorno y autoconocimiento.

Bailar me da energía. La consume es verdad, y después de más de tres horas de clases, claro que quedo cansada, pero me vitaliza. Para trabajar bien, necesito bailar. Soy mucho más creativa, rápida y certera. Tengo mayor lucidez respecto a mis ideas y proyectos. Está comprobado desde la perspectiva neurocientífica: bailar involucra una variedad de regiones cerebrales y sistemas neurológicos. Los movimientos coordinados requieren comunicación entre el cerebro y el sistema musculo-esquelético, lo que fortalece las conexiones neuronales y mejora la función cognitiva.
Bailar mejora la atención, la conexión mente-cuerpo. Al focalizarnos en el movimiento, la música y en nuestras sensaciones, nos volvemos más conscientes del hoy, del presente. En ese transitar aprendemos a escuchar y responder a las señales de nuestro cuerpo, fomentando la coordinación, equilibrio y flexibilidad. Esto fortalece nuestra autoconciencia y autoestima.
Bailar nos conecta. Es curioso porque, al bailar, no estamos hablando con los otros, sino que nos comunicamos a través del movimiento. Paso alrededor de 12 horas semanales bailando en compañía de más de 30 personas. Apenas nos hablamos más allá del encuentro en el camarín, pero nos conocemos en profundidad. Bailar y ver bailar, me ha afinado la percepción. Puedo leer entre líneas un cuerpo y cómo se mueve. El cuerpo no miente; el movimiento cuenta historias, heridas, inseguridades, alegrías y victorias. Un cuerpo que se mueve rígidamente; contracturado y con fuerza; uno que se mueve libremente casi sin forma definida; uno que se mueve frenéticamente y ágilmente; uno que es delicado y sin peso. Todos cuentan historias de origen y de estado presente muy distintas. No hay una forma perfecta, pues no existe tal cosa (ese será contenido a futuro), sino que se trata de estar en coherencia con lo que se es y a gusto. Ahí reside la armonía.

Hace poco le regalé a una gran amiga de danza un pequeño libro llamado “Bailar” de la bailaora Leonor Leal y Guridi. Un poemario ilustrado que relata la danza como un acto de liberación. Sin embargo, al mismo tiempo, describe la habitación silenciosa que se entra para hacer música con sus zapateos, rompiendo inmediatamente con la quietud del espacio. Es una pequeña obra muy estimulante mediante la transmisión de la belleza y pasión que implica la danza:
“Mis ojos se llenan de otros mundos, mis manos se electrifican, mi espalda se hace grande y mis pies me llevan por un camino diferente…”
“Bailo en hombre y en mujer, en bicho y en pijama, en bicicleta y en huelga. Entera y enlatada, encinta, enloquecida, enamorada…”
El acto de ponerse a bailar, y todo lo que implica antes y después, para mí es un acto de meditación. Tiene sus etapas, su preparación. Entras al camarín y te cambias de ropa—una buena malla o ropa de training (siempre caigo en las tentaciones de Jemio’s dance, pues no hay nada como una linda malla para sentir que tienes una energía distinta para bailar)— te peinas, llenas la botella de agua, comes algo y elongas un poco para entrar a la sala. Saludas y ya te pones en el rol de bailarina; atención plena, dejaste todo detrás de la puerta de entrada, estás…presente. La música comienza y las instrucciones con ella. En medio de la clase, ya sientes el cuerpo resentido, cansado, con dolor y al mismo tiempo con felicidad y libertad. Hacia el término de la clase, ya vas en piloto automático, no estás pensando o guiando tus pensamientos conscientemente, estás en un flujo que te lleva y es ahí cuando llegas al peak de rendimiento; en el abismo del cansancio y la entrega. Esto se repite, pero a diferencia de otras disciplinas, la danza es un arte escénico. Te preparan para ser exhibido, para estar en un escenario y transmitir con el movimiento sin temer el qué pensarán. Es una práctica que te termina liberando de inseguridades y pensamientos que limitan y te permiten disfrutarte, o como digo, habitarte en todas sus expresiones.
“Mientras bailo no puedo juzgar, no puedo odiar, no puedo separarme de la vida. Solo puedo estar alegre y entero. Es por ello que bailo". Hans Bos
Que hermoso Gaby!!!!! Que lindo estar presente en tu vida y en este bellisimo relato. Escribes muy bonito, tan bello como tu danza. Eres emprendedora, tenáz y comprometida con cada cosa que haces, no podía ser menos en el baile.