De dinero
Para algunos es tema cotidiano, para otros, es tabú, un asunto que se evita en la mesa, como si hablar de él fuera una admisión de su importancia. Y, sin embargo, está presente en todos lados.
Es una métrica, pero también una metáfora: sintetiza nuestras oportunidades, nuestra suerte, nuestro destino, privilegios y carencias. Es una unidad de comparación inevitable, aunque no nos guste admitirlo. El dinero no siempre fueron billetes o cifras en una cuenta de banco. Primero tuvo forma de truque, después de metales, luego de monedas con un símbolo de emperadores y dioses, y más tarde papel respaldado en oro. Cada sociedad ha tenido su propio sistema de intercambio. En el Imperio Romano, por ejemplo, los soldados recibían su paga en sal -de ahí viene la palabra “salario”. Luego surge el nombre de “dinero”, que refiere a la palabra de origen latino denarius, la cual era una moneda que circulaba en los territorios ocupados por el Imperio. El término moneta es el predecesor de “moneda” y refiere al lugar donde se acuñaban en la antigua Roma, el templo de Juno Moneta.
En China, durante la Edad Media, se enterraban monedas con los difuntos para asegurar su bienestar en la otra vida. Desde siempre, el dinero ha sido más que un simple medio de pago; ha sido un símbolo de poder, medio de propaganda, de confianza y hasta de inmortalidad.
Por otra parte, la palabra “ahorro” proviene de la Edad Media, del término árabe hurr que significa “libre”. Esta palabra fue evolucionando hasta llegar a ser “horro”, que se refería a liberar a los esclavos o prisioneros. Con el tiempo, el término cambió su significado y pasó a referirse a liberar a alguien de algo, lo que podría relacionarse con guardar dinero libre de gastos o ahorrar.
“Porque una asociación para el intercambio de servicios no se forma entre dos médicos, sino entre un médico y un granjero y generalmente entre personas que son diferentes y pueden ser desiguales, aunque en ese caso hay que tender a igualarlos. Por ello, todos los artículos intercambiados deben poder ser comparados del mismo modo. Es para cumplir este requisito para lo que los hombres han introducido la moneda. La moneda constituye una especie de término medio (méson), porque es una medida para todas las cosas, y así de su valor superior o inferior, es decir, por ejemplo, cuántos zapatos equivalen a una casa o a una determinada cantidad de comida. Así pues, del mismo modo que puede establecerse una relación entre un arquitecto y un zapatero, del mismo modo puede determinarse cuántos zapatos hacen una casa o una determinada cantidad de comida; porque sin esta proporción recíproca, no puede haber intercambio ni asociación; y éstos no pueden asegurarse a menos que los artículos en cuestión sean iguales en algún sentido. Es, por lo tanto, necesario, que todos los artículos sean medidos de acuerdo con una sola unidad, tal y como se ha dicho antes. Y esta unidad, en realidad, es la demanda, que es lo que mantiene todo unido, puesto que si los hombres dejan de tener necesidades o si sus necesidades cambian, el intercambio ya no continuará, o lo hará en diferentes términos. Pero la demanda ha llegado a ser representada convencionalmente por la moneda; es por ello por lo que a la moneda se la llama nomisma, porque no existe por naturaleza sino por costumbre (nomos) y puede alterarse o hacerla inútil a voluntad. Habrá, por lo tanto, proporción recíproca cuando los productos hayan sido igualados, de tal modo que la relación que existe entre un granjero y un zapatero sea la misma que hay entre el producto del zapatero y el producto del granjero [...]”. “Ética a Nicómaco”, Aristóteles
Aunque intentemos simplificarlo con números y saldos, la relación que cada uno tiene con el dinero es profundamente emocional, moldeada por la historia personal y las circunstancias de la propia experiencia.
“El estudio del dinero es el único campo en el que la complejidad se usa para ocultar la verdad en lugar de revelarla”. John Kenneth Galbraith
Nuestra mente también juega un papel importante en cómo lo entendemos. Los estudios neurobiológicos han demostrado que el cerebro activa las mismas áreas cuando ganamos dinero que cuando experimentamos placer. De hecho, en un experimento con resonancias magnéticas, los investigadores descubrieron que hacer crecer nuestra cuenta bancaria estimula el mismo circuito neuronal que una buena comida o un abrazo.
Pero el dinero también tiene carga cultural. El “estereotipo de la belleza” aplicado a lo económico nos lleva a creer que quienes tienen más recursos son automáticamente más inteligentes, más competentes, más capaces (ajá Elon y mr. Trump). Es una distorsión, pero es una en la que caemos fácilmente. Nos cuesta ver que la riqueza puede ser resultado de herencias, privilegios o incluso pura suerte.
Joan González Guardiola, filósofo especialista en fenomenología, se refiere al dinero no como objeto, sino como una “relación social que reduce la contingencia de los encuentros entre la producción y la compra. El dinero se nos presenta como una reorganización del espacio-mercado y también hay una esencia temporal pues en lo que llamamos dinero existe una síntesis de tiempo”.
Por tanto, la relación entre tiempo y dinero es bastante estrecha, ya que es una representación simbólica del tiempo, -ya sea de trabajo o deuda-, que podemos intercambiar como un objeto.
Recuerdo en un trabajo, un jefe que tuve, para decir verdad el peor jefe que he tenido por varias razones. Una de ellas era que era muy desubicado con temas de dinero. El primer día me pasó a buscar en su descapotable a la oficina para ir a terreno y me preguntó si tenía auto, le dije que no, a lo que me respondió “que mal te pagaban, ah?”. Meses después vociferaba en la oficina comentando que su hija se había ido a Australia a un Work and Holiday y estaba gastándole más de 1000 dólares diarios en su tarjeta. Al almuerzo, sentadas en la cocina del a oficina con la señora del aseo comenzó a detallar los gastos de su hija, restaurantes, tiendas de lujo, sin siquiera darse cuenta quiénes estaban ahí y cómo se podían sentir.
Quizás me molestaba porque crecí en una casa donde el dinero no era un tema central. No porque no existieran preocupaciones económicas, sino porque, simplemente, había cosas más interesantes de las que hablar, -y sí, debo admitir que el tema de gatos iba posicionado superiormente en el ranking por sobre el dinero-.
No recuerdo conversaciones sobre ingresos, inversiones o gastos familiares. Si existieron problemas en algún momento creo que mis padres lo conversaban en privado, y a lo más, nos comunicaban ciertos ajustes que afectarían nuestra vida cotidiana, pero mínimos. No es que el tema estuviera mal visto, sino porque, en la escala de lo importante, siempre había otras prioridades.
Si recuerdo ahorrar desde pequeña, no nos daban mesada, pero a veces nos regalaban dinero para los cumpleaños y eventos especiales. Por lo que tuve que ingeniármelas desde pequeña para producir dinero. Así y gracias a mis dotes artísticos, siempre vendía pulseras, cintillos, diseñaba tarjetas de navidad, denarios, cualquier cosa para tener algo de dinero. No era mucho, pero me llenaba de orgullo crear algo que fuese de valor para otros.
Sin embargo, con los años me di cuenta de que no todo el mundo vive así y que el dinero también puede ser un tema importante en la familia. Hay mesas donde el dinero define dinámicas, conversaciones y expectativas. Hay quienes lo ven como un fin en sí mismos, y otros que solo lo ven cuando falta. Pero lo cierto es que no podemos ignorarlo. Entender el dinero, saber administrarlo y hablar de él sin miedo es parte de la vida. Como todo, encontrar un equilibrio es clave: que nos define, pero que tampoco nos ciegue.
Quizás la mayor libertad con respecto al dinero no es tenerlo en exceso, sino no tener que pensar en él todo el tiempo. No sentir su peso en cada decisión, no depende de él para medir el éxito o la felicidad. Tener lo suficiente para que pase desapercibido.
Hoy, entiendo su importancia, pero no le doy el poder de definirme. No quiero de ser de esas personas que hablan de dinero todo el día, ni de las que lo evitan como si no existiera. Prefiero verlo como lo que es: una herramienta, no un destino.
Y en esa idea, hay algo hermoso. Porque mientras el dinero puede comprarte tiempo, comodidad o incluso seguridad, hay cosas que siguen siendo gratuitas: una conversación honesta, un café con una amiga, risas inesperadas. Eso es riqueza también.
“La riqueza no consiste en tener grandes posesiones, sino en tener pocas necesidades”. Epicteto