De escribir
Para algunos, escribir es liberador, una herramienta de autoconocimiento y reflexión. Para otros, un acto imposible. Sea como sea, escribir es una manifestación exclusivamente humana.
La historia de la civilización comienza cuando aparece la escritura, ya que gracias a ella pudimos registrar nuestra memoria colectiva, comunicarnos entre nosotros, llegar a acuerdo, organizar sociedades complejas. Los primeros pasos fueron tímidos: pinturas, grabados, signos en piedra o madera. Más adelante, como solución práctica, surgieron los primeros sistemas de escritura para registrar bienes, intercambios comerciales, y luego, leyes como el Código de Hammurabi, que trata temas como el robo, adulterio o el homicidio.
Los antiguos pictogramas —esas pequeñas ilustraciones de objetos— evolucionaron lentamente hacia ideogramas, capaces de representar ideas más abstractas. En Mesopotamia y Egipto, hacia el 3100 a.C., surgieron los primeros sistemas logográficos. El cuneiforme en arcilla, los jeroglíficos tallados en piedra, los primeros escritos en papiro.
La escritura probablemente si difundió poco a poco desde Mesopotamia a otras culturas dadas las fechas aproximadas de su origen: Mesopotamia 3100 a.C., Egipto 3100-3000 a.C., Creta 1750 a.C., China 1200 a.C., América Central, 900 a.C.
Por muchos años la escritura no fue para todos. Era un privilegio de unos pocos: los escribas, formados en las escuelas, guardianes del conocimiento y la historia. Toda la literatura de la época salía de las escuelas de escribas, donde ingresaban sobre todo personas de altos estratos sociales al servicio de templos o autoridades militares.
“La escritura no solo almacenó información, también transformó la manera en que pensamos el mundo". Jack Goody
La escritura es una de las más importantes tecnologías desarrolladas por el ser humano, al grado que su invención se considera como el punto de inicio formal de la Historia, y por consecuencia, el final de la prehistoria, dado que antes de ella era imposible dejar documentación que narrara o evidenciara los sucesos.
La historia existe porque hay registro, hay memoria registrada. Por lo tanto, podemos decir que somos desde sabemos escribir. Nuestra propia existencia individual está dada desde que aprendemos a registrar nuestra propia historia y hechos.
La invención de la escritura marcó un antes y un después. Nos permitió superar las barreras del tiempo y de la muerte: un mensaje escrito puede sobrevivir a su autor y viajar a muchos receptores en distintos momentos. Por primera vez, el emisor y el receptor podían estar separados en espacio y tiempo.
También fue una revolución para la transmisión del conocimiento. Antes, todo dependía de la memoria oral, frágil y distorsionable. Con la escritura, nació la posibilidad de construir civilizaciones complejas, aprender del pasado y avanzar.
Y, por supuesto, con la escritura emergió la literatura. La necesidad tan humana de contar historias, de dejar huella, de construir mundos dentro de otros mundos.
“Para mí escribir no es encontrar respuestas sino completar preguntas. A veces trato de permanecer todo lo que puedo en el interior de una pregunta incómoda y finalmente llego hasta el final del interrogante. Entonces puedo avanzar a la pregunta siguiente”. Hang Kang
Escribir también tiene algo de físico, de corporal. Diversos estudios en neurociencia señalan que escribir a mano activa áreas cerebrales vinculadas a la memoria, la creatividad y la expresión emocional. Fortalece conexiones neuronales y favorece un procesamiento más profundo. La letra a mano, imperfecta, nos anca a un estado de conciencia más profundo.
Para mí, escribir es eso: una herramienta que me permite acceder a un nuevo estado de conocimiento y autoconocimiento. Una hoja en blanco puede asustar, pero también invita, sin ningún prejuicio. Carácter a carácter, se va formando un pequeño hilo de sentido que de a poco cobra vida. Y entonces, sin darnos cuenta, algo de nosotros mismos queda allí en ese lienzo originalmente blanco.
No siempre supe que amaba escribir. Aunque en el colegio destacaba, fue en la universidad, durante mi proyecto de título editorial, donde de verdad conecté. Obligada a transcribir, narrar, hilar historias, descubrí una pasión que siempre ha buscado su espacio, a veces en silencio, a veces a borbotones.

Hoy, escribir para mí es un acto sencillo y a la vez poderoso. Tiene ese placer particular de ver algo tangible producido desde el hornear desde cero. Es muy probable que escribo solo para complacerme a mí misma. No escribo para otros, al menos no en primer término: escribo para aprender, para investigar, y para luego encontrar mi propia manera de mirar el mundo. Y si en ese maravillo transcurso a otro le resuenan las palabras, se vuelve aún más valioso.
La escritura nos permite nombrar lo que llevamos dentro, mirarlo de frente, darle existencia. A veces, solo a través del acto de escribir, podemos comprendernos mejor. A medida que escribimos, nos transformamos. Y así, el relato cambia a medida que cambiamos por dentro.
Quizás eso es lo más valioso: saber que escribir no es solo registrar la historia; es crearla y darle una voz en particular. Es habitarla.
Y así, sin buscarlo demasiado, nuestra historia, más o menos ordenada, más o menos caótica, nos va escribiendo también a nosotros.
“Esto, sobre todo: pregúntate en la hora más silenciosa de tu noche: ¿debo escribir? Busca en tu interior una respuesta profunda. Y si esta respuesta resuena en asentimiento, si respondes a esta solemne pregunta con un fuerte y simple «debo», entonces construye tu vida de acuerdo con esta necesidad; toda tu vida, incluso en su hora más humilde e indiferente, debe convertirse en signo y testigo de este impulso. Entonces acércate a la Naturaleza. Entonces, como si nadie lo hubiera intentado antes, intenta decir lo que ves, sientes, amas y pierdes...
...Describe tus penas y deseos, los pensamientos que pasan por tu mente y tu creencia en algún tipo de belleza; describe todo esto con sinceridad sincera, silenciosa y humilde, y, al expresarte, usa las cosas que te rodean, las imágenes de tus sueños y los objetos que recuerdas. Si tu vida cotidiana te parece pobre, no la culpes; cúlpate a ti mismo; reconoce que no eres lo suficientemente poeta como para evocar su riqueza; porque para el creador no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente. E incluso si te encontraras en una prisión, cuyas paredes no dejaran entrar ningún sonido del mundo, ¿no conservarías tu infancia, esa joya inestimable, ese tesoro de recuerdos? Dirige tu atención hacia ella. Intenta despertar los sentimientos hundidos de este inmenso pasado; tu personalidad se fortalecerá, tu soledad se expandirá y se convertirá en un lugar donde puedas vivir en la penumbra, donde el ruido de otras personas pasa, a lo lejos. Y si de este volcarte en ti mismo, de esta inmersión en tu propio mundo, surgen poemas, entonces no pensarás en preguntarle a nadie si son buenos o no. Ni intentarás interesar a las revistas en estas obras: porque las verás como tu posesión natural, un pedazo de tu vida, una voz de ella. Una obra de arte es buena si surge de la necesidad. Sólo así se puede juzgar.”
Rainer Maria Rilke, “Cartas a un joven poeta”.