De madre
Nuestra primera casa. Nuestra primera conexión con el mundo. Nuestra primera historia de amor.
Ser madre es una palabra que, aun pronunciada en voz baja, tiene el eco de lo inmenso, de lo que no cabe en ninguna parte y a la vez entra y está en todas partes. Y aunque todos los días son buenos para agradecer, esta fecha nos ofrece una pausa para honrarlas. A las que están. A las que estuvieron. A las que no lo han sido de muchas maneras.
El Día de la Madre, como muchas celebraciones. Tiene orígenes profundos. Se remonta a tiempos antiguos, cuando Egipto se rendía culto a la diosa Isis, símbolo de fertilidad y maternidad. En Grecia, los homenajes eran para Rea, madre de los dioses, y más tarde, los romanos celebraban a Cibeles, en la festividad de la Hilaria. Con el tiempo, el cristianismo tomó estas raíces y las transformó en devoción a la Virgen María.
En tiempos modernos, fue la activista Julia Ward Howe quien en 1870 propuso en Estados Unidos un día dedicado a las madres como un llamado pacifista tras la guerra civil.
"¡Levántense, mujeres de hoy! ¡Levántense todas las que tienen corazones, ya sea su bautismo de agua o de lágrimas! Digan con firmeza: '’No permitiremos que grandes asuntos sean decididos por agencias irrelevantes. Nuestros maridos no regresarán a nosotras apestando a matanzas, en busca de caricias y aplausos.
No se llevarán a nuestros hijos para que desaprendan todo lo que hemos podido enseñarles acerca de la caridad, la compasión y la paciencia. Nosotras, mujeres de un país, tendremos demasiada compasión hacia aquellas de otro país para permitir que nuestros hijos se entrenen para herir a los suyos. ’’.“Proclamación del Día de la Madre”, Julia Ward Howe, 1870
Años más tarde, Anna Jarvis, tras perder a su madre un 12 de mayo, lanzó una campaña para instaurar esta fecha como un homenaje nacional, utilizando el clavel rojo que representaba el amor hacia las madres vivas, mientras que el blanco simboliza el recuerdo de las madres fallecidas. En 1914, el procedente Woodrow Wilson lo hizo oficial. Desde entonces, cada segundo domingo de mayo, celebramos.
Pero más allá de la historia formal, la maternidad está tejida de historias mínimas. De gestos que no necesitan fecha. De silencios sostenidos. De abrazos a tiempo. De ese café que aparece cuando más lo necesitas. De la manera en que nos enseñan, muchas veces sin palabras, a existir.
“La única relación que le aporta una satisfacción ilimitada a una madre es la que esta establece con su hijo; se trata, en efecto, de la más perfecta y menos ambivalente de todas las relaciones humanas” Sigmund Freud
Mi madre, y no porque sea la mía, es de esas personas que dejan huella. Quien la conoce lo dice. Su perfume, su voz, su calidez inagotable.
Es generosa desde lo más profundo de su alma. A veces tanto, que he temido que se olvide de sí misma. Pero con los años he entendido: es que ama así, sin medidas y sin condiciones. Me enseñó a resistir, a reírme de mi misma, a cuidar lo que importa. Me ha enseñado quizás lo más importante que una madre puede enseñar: a amar. Me enseñó a amar con actos, con constancia, con paciencia.
Me ha enseñado que el amor se trata de gestos, de entrega, de honestidad, de saber perdonar. Es ella, en toda su experiencia de vida, con sus luces, sombras y grises una enseñanza profunda de vida. Su cabello, su piel y cada arruga testifica estas lecciones.
Tengo la suerte de tenerla aún. De poder tocarla, abrazarla, reírme con ella. De grabar su voz en mi memoria, sus gestos, sus palabras inventadas que anotamos como joyas familiares. No soy tan cariñosa como ella, pero aprendí que amar también es estar. Y yo he estado, como ella siempre ha estado conmigo.
Hoy, en este día, la celebro a ella. A todas las que han sido parte de mi linaje. A las que no están, pero aún me acompañan en esta historia que sigue desarrollándose y que continuará cuando yo ya no esté. A quienes aún no son madres, pero maternan de otras maneras. A quienes han perdido y siguen amando más allá del tiempo y el espacio. A las que construyen amor desde otros lugares. Celebro el amor incondicional.
Porque todos hemos sido bendecidos con una madre. Madre, también, es quien sostiene, quien cuida, quien forma.
“Madre, madre, tú me besas,
pero yo te beso más,
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar…
Si la abeja se entra al lirio,
no se siente su aletear.
Cuando escondes a tu hijito
ni se le oye respirar…
Yo te miro, yo te miro
sin cansarme de mirar,
y qué lindo niño veo
a tus ojos asomar…
El estanque copia todo
lo que tú mirando estás;
pero tú en las niñas tienes
a tu hijo y nada más.
Los ojitos que me diste
me los tengo que gastar
en seguirte por los valles,
por el cielo y por el mar…”
“Caricia”, Gabriela Mistral