De memoria
A veces frágil, selectiva, cambiante. La memoria configura nuestra identidad presente desde la subjetividad de nuestra percepción y experiencias personales en el pasado.
La palabra “memoria” viene del latín memor (el que recuerda) sumado al del sufijo ia, que denota algo abstracto. Mientras que “recordar” se traduce como “volver a pasar por el corazón”. Es decir, aquello que recordamos siempre lleva la impronta de nuestra subjetividad y las marcas únicas de lo que hemos sentido. La memoria depende del que recuerda. No sólo es un acto mental; es también profundamente emocional. Como escribió Marcel Proust en “En busca del tiempo perdido”: “El recuerdo de las cosas pasadas no es necesariamente el recuerdo de cómo eran realmente”. Este acto de volver al pasado está impregnado de matices, re-interpretaciones y sentimientos que transforman la vivencia original.
En palabras de Platón, eikón se refiere a esa capacidad de traer algo ausente a presencia, una acción que no solo define nuestra identidad, sino que también nos permite habitar y desenvolvernos en el presente. Aunque no nos demos cuenta, la acción de recordar, es un acto donde confluyen los tiempos -pasado, presente y futuro- permitiéndonos emplear lo ya vivido en un presente determinado y así proyectarnos en el futuro.
Es una función cerebral que interviene en todos los procesos de aprendizaje del ser humano. Es vital para la supervivencia tanto del individuo como de la especie. Es también la capacidad de adquirir, almacenar y recuperar información. Somos quienes somos gracias a lo que aprendemos y recordamos. La memoria, entonces, no solo es una función cerebral; es la esencia de todo aprendizaje y creatividad. Sin ella, no podríamos pensar, soñar, ni expresar ideas. Sería imposible construir una identidad o entender qué nos hace únicos. Pero, al mismo tiempo, la memoria no es fácil de domar: es afectiva, maleable y siempre susceptible a transformaciones. Al recordar no solo evocamos; también reconstruimos, es tanto una herramienta de conexión como de creación:
“Somos nuestra memoria, somos es quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Jorge Luis Borges.
La memoria es siempre un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual. Depende de lo mágico y sólo acepta informaciones que le conviene. Por el contrario, la historia es una construcción simplificada de aquello que ha dejado de existir, pero dejó rastros. A partir de estos vestigios, controlados, comparados y cruzados, reconstituimos lo que pudo pasar e integrarlos en un conjunto explicativo. Es una operación intelectual e intencionada. La historia permanece, la memoria se mueve.
La historia puede definirse como la ciencia de la memoria. Dejar un legado en el mundo, que sea registrado es esencial para el sentido de la vida. De hecho, los romanos incluían en las condenas judiciales a modo de uno de los mayores castigos que se podía dar la Damnatio memoriae, que buscaba destruir cualquier clase de vestigio o recuerdo, incluyendo citar el nombre del individuo en cuestión. Era simplemente borrado de cualquier tipo de existencia, desde la más cotidiana a la pública.
La historia la escriben quienes ganan, quienes vencen, pero ello no quiere decir que no haya existido y sucedido más y otras cosas. La historia sintetiza una serie de acontecimientos bajo uno o más sesgos, intenciones políticas, económicas y sociales. Mientras que la memoria se construye y reconstruye con objetos e hitos: con monumentos, estatuas o placas. Michael Foucault dice que se registra también con documentos, que vienen a ser una suerte de monumento de una época, y este documento activa recuerdos y olvidos, pudiendo ser desde el más solemne hasta el más simple y cotidiano.
En el ejercicio de la memoria, cuando se recuerda algún suceso particular, en el mismo acto de la rememoración se vuelve a transformar al volver a relatarlo, esto es la transmisión oral y su propio valor. Aparecen versiones y matices, se transforma lo que se narra y se re-visita, vuelve a pensarse y sentirse.
En mi familia, siempre hemos tenido una relación curiosa con la memoria. Mi hermana, por ejemplo, recuerda fechas, horas y detalles específicos de una manera casi cinematográfica. Yo, en cambio, suelo olvidar con facilidad. Esa aparente “mala memoria” me ha llevado a llenarla con algo más: la imaginación y creatividad. Invento explicaciones, recreo historias y doy forma a espacios vacíos con fragmentos de fantasía. No creo que una capacidad sea mejor que otra; ambas se complementan, nutriendo conversaciones y relatos ricos en matices.

En las comidas familiares, una tía es la narradora estrella. Con cada plato, nos sirve también anécdotas sobre mis abuelos, de mi padre y sus hermanos cuando pequeños, cargadas de risas, suspenso y emociones. Esos relatos no era reflejo únicamente de su memoria; eran una forma de perpetuarla, de darnos un pedazo de historia que nos conectara.
“Los que narran cosas pasadas, no narrarán cosas verdaderas, ciertamente, si no viesen aquellas con el alma, las cuales, si fuesen nada, no podrían ser vistas de ningún modo”. “Confesiones”, San Agustín.
Contar historias es un acto de resistencia contra el olvido, es perpetuarla. Quizás debido a mi mala memoria, de no haber convivido con mis abuelos paternos, -quienes fallecieron antes de que yo naciera y que no pudieron transmitirme sus vivencias directamente-, y a la urgencia de comprender y conservar lo que otros han vivido idealmente desde la primera fuente, entrevisté más de veinte adultos mayores, esos que van en cuenta regresiva. Esa imperiosa necesidad me llevó a escribir dos libros sobre memoria intangible. En esas largas conversaciones, entre cafés y pasteles, no solo recolecté historias; también aprendí a mirar el mundo desde sus ojos, cargados de experiencias y sabiduría.

Cada vez que alguien nos comparte su historia, nos regala una forma de entender el mundo y, al mismo tiempo, de comprendernos a nosotros mismos. Al final, conservar la memoria no solo es un acto de amor hacia quienes nos antecedieron, sino también una herramienta para proyectar un futuro coherente con lo que somos.
Muchos de los que entrevisté ya no están, pero aún conservo algunas grabaciones y todas las transcripciones y fotografías que tomé y que ellos mismos me compartieron de su pasado. Es por eso que es tan importante registrar, conservar para comprender nuestro presente.
“La realidad no es más que un esfuerzo del recuerdo por hacerse esperanza, o un esfuerzo de la esperanza por convertirse en recuerdo”. “Aforismos y Reflexiones”, Miguel de Unamuno
La función de recordar, de registrar, de ser testigos de otras vidas es finalmente comprender nuestra propia vida, tanto individual como colectivamente. Y esto resulta crucial para vivir nuestro futuro, proyectar con coherencia sobre quiénes somos, de dónde hemos venido y que ya hemos aprendido y nos falta por aprender. Esta tensión entre lo que fue y lo que será define nuestra experiencia humana.
“La vida sólo debe ser comprendida hacia atrás. Pero debe ser vivida hacia adelante.” - Søren Kierkegaard
Hermoso, es un nuevo regalo para el alma amiga. Eres maravillosa. Te quiero mucho
La Marce