De Navidad
Canela, jengibre, luces de colores verdes, rojos. La Navidad tiene un imaginario propio que nos envuelve, trayendo memorias de noches en familia, conversaciones largas y comidas compartidas.
La Navidad es una festividad cristiana que conmemora el nacimiento de Jesús. Su nombre proviene del latín “nativitas” que significa “nacimiento”. Aunque tiene un origen religioso es una celebración que ha trascendido barreras culturales y se celebra en muchos hogares alrededor del mundo.
Según los Evangelios de Mateo y Lucas, Jesús nació en un pesebre en Belén, y su llegada fue anunciada por un ángel. Sin embargo, la fecha exacta de su nacimiento no está especificada en los textos sagrados. Fue el emperador Constantino quien, en el siglo IV, estableció el 25 de diciembre como el día para conmemorar el nacimiento de Jesús, coincidiendo con otras festividades de la época, como las Saturnales romanas y el Sol Invictus con el fin de superponer las prácticas cristianas a otras más antiguas y convertir así a los paganos romanos a la religión cristiana. De esta forma, la navidad se consolidó como una fiesta universal.
Mucho más adelante surgiría el mito de Papá Noel, Santa Claus, el Viejo Pascuero. Su origen está en san Nicolás de Bari, obispo del siglo IV que vivió y murió en Mira, en la actual Turquía, pero quedó ligado a la ciudad italiana tras el robo de sus reliquias en 1087. Es uno de los santos más populares de la cristiandad, con culto en las iglesias católica, ortodoxa y anglicana.
Y no podemos hablar de Navidad sin mencionar al querido Papá Noel, Santa Claus o Viejo Pascuero. Su historia se remonta a San Nicolás de Bari, un obispo del siglo IV conocido por su generosidad y milagros. Su conexión con la Navidad viene de su papel como protector de la infancia, y de las leyendas que narran cómo dejaba regalos en los zapatos de aquellos que lo necesitaban entrando por las chimeneas y ventanas en las noches a sus casas. Con el tiempo, su imagen se fue transformando hasta convertirse en el simpático anciano de traje rojo que conocemos hoy y popularizado por las campañas de Coca-Cola en la década de 1920.
Coca-Cola, que ya para ese entonces tenía gran reconocimiento, pero era por ser una bebida refrescante de verano. Intentaron impulsar sus ventas en temporada de invierno por medio de una ingeniosa campaña navideña de la mano de Archie Lee, de la agencia de publicidad D’Arcy diseñaron una estrategia comunicacional donde comenzaba a aparecer Papá Noel, los trineos, renos, regalos, y por supuesto, Coca-Cola.
Más allá del marketing y de los relatos publicitarios, la Navidad es una tradición cargada de emociones, alegrías y, sí, también de nostalgia que tiñe de noches azules estrelladas. Es un tiempo de generosidad, de regalar y ser regalado, de estar en familia y capturar momentos que se quedarán en la memoria, como las bolas de cristal que conservan una escena navideña en su interior.
En mi caso, la Navidad comienza oficialmente con el ballet El Cascanueces. Cada año voy al teatro y, para mí, no hay nada que capture mejor el espíritu navideño. La música de Tchaikovsky, el encanto de las hadas, los dulces, los ratones correteando por el escenario…todo se siente mágico y único.
El día 24 celebramos Nochebuena en familia. Nos sentamos a la mesa y compartimos historias y risas. Y en la mañana del 25, ¡Es hora de abrir los regalos! En mi familia, esta tradición comenzó cuando éramos niños; nuestros padres nos hacían dormir temprano, mientras ellos escondían lo regalos, comer la galleta de navidad y beber la leche como seña de que el Viejo Pascuero había pasado.
Recuerdo con cariños esos momentos de infancia, cuando creía en la magia de un hombre que viajaba por el mundo en una noche, repartiendo regalos. Me preguntaba cómo hacía para entrar en las casas sin chimenea, o si tenía jetlag o se sentiría cansado después de tanto viaje. Pero la magia de la Navidad siempre encontraba respuestas para mis preguntas.
“Es buena cosa volverse niños algunas veces, y nunca mejor que en Navidad” – Un cuento de Navidad, Charles Dickens
Ya de adulta, pasé de ayudar a mi mamá a decorar la casa de Navidad, -amaba las decoraciones brillantes llenas de purpurina del árbol de Navidad-, a tener mi propia casa con árbol y poder decorarlo yo misma. Cada año, voy acumulando pequeños tesoros para el árbol: Cascanueces de todos los tamaños, bailarinas, y otras decoraciones. Envolver regalos también es parte de la tarea navideña, y es que no contamos con ayudantes ni renos, es envolver regalos. Hace un par de años compré un rollo industrial de papel Kraft con diseño atemporal para los regalos, y creo que por lejos ha sido la mejor compra de Navidad. Solo resta ponerle un toque con algún lindo sticker y etiqueta para que quede listo para regalar.
Uno de los regalos más significativos que he dado fue un árbol genealógico ilustrado de una flor de copihue, que hice para mi papá y sus hermanos. Fue un detalle lleno de significado y amor, algo que reflejaba el espíritu de la Navidad.
De los regalos que me han dado, recuerdo con mucho cariño cuando logré dejar mi chupete a cambio del libro pop-up “Un cuento de Navidad” de Charles Dickens que era de mi madrina. Ella me convenció darle mi chupete y yo quedarme con ese preciado libro que solo de mirarlo me emocionaba, ya que ni leer sabía. Tenía esa cosa mágica de cuento navideño, además de valores como la empatía y la caridad, y con un velo nostalgia que me hipnotizaba:
“«Puede que haya muchas cosas buenas de las que no he sacado provecho», replicó el sobrino, «entre ellas la Navidad. Pero estoy seguro de que al llegar la Navidad —aparte de la veneración debida a su sagrado nombre y a su origen, si es que eso se puede apartar— siempre he pensado que son unas fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad; el único momento que conozco en el largo calendario del año, en que hombres y mujeres parecen haberse puesto de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones y para considerar a la gente de abajo como compañeros de viaje hacia la tumba y no como seres de otra especie embarcados con otro destino.”
La Navidad es más que luces y regalos. Es una época de conexión, de abrir nuestros corazones y de recordar que el verdadero espíritu navideño reside en los pequeños detalles y en los momentos compartidos. En un mundo donde la publicidad y marcas dominan esta festividad, nunca perdamos de vista su esencia, la generosidad, el amor y la magia de estar juntos.