De padre
Uno de los primeros vínculos que creamos en nuestra vida, quien nos enseña e inspira y quien de muy pequeña me llevó sobre sus hombros.
En países como España, Italia, Suiza y Bélgica la fecha del Día del Padre coincide con el día de San José, el 19 de marzo. En muchos otros países, como en Chile, se celebra el tercer domingo de junio. La historia detrás de esta fecha que celebramos cada junio, tiene su origen en Estados Unidos. En este caso, primero fue una iniciativa de Grace Golden Clayton, quien, tras un accidente minero en 1908, murieron muchos padres de familia, por lo que propuso que se homenajeara a la figura paterna tras este suceso, medida que no fue acogida por estar considerado que tener un día propio era cosa de mujeres. Años más tarde, Sonora Louis Smart Dodd instituyó este evento en agradecimiento a su querido padre William Smart, valiente veterano de la Guerra Civil que cuidó de ella y sus cinco hermanos tras la muerte de su madre en el parto de su último hijo. Así, se celebró el primer Día del Padre el 19 de junio de 1910. Pero no sería oficial hasta 1972 cuando Richard Nixon aprobó una ley en el Congreso de Estados Unidos y convirtió el día en una fiesta nacional.
Pero no solo Estados Unidos propuso esta fecha, sino también Francia, en 1952, pero con motivos comerciales. La fiesta se alejó de la referencia católica y la idea era crear un día que celebrase a todos los padres. El día fue propuesto por la empresa de mecheros Flaminaire, pensando que sus productos serían el regalo perfecto para el “hombre de la casa”.
Durante siglos, el padre fue sinónimo de orden, de ley, de linaje. Los antiguos griegos concebían a la institución familiar en un sentido patrilineal, en la que el hombre era el único causante de la estirpe, es decir, la mujer quedaba relegada únicamente como un medio o vehículo para garantizar un heredero. En Roma, las leyes promulgaban que el progenitor tenía poder paternal absoluto, patria postestas, sobre todo aquel que habitase bajo su domus: su mujer, sus hijos y sus esclavos.
Los roles ya no son tan estrictos como lo fueron entonces. Tanto hombre y mujer han variado sus roles y también sus expectativas; el rol de la mujer fuera de la casa se está ampliando, al igual que el de los hombres dentro de ella. Actualmente los hombres cada vez se ocupan más del cuidado de los niños, la limpieza y la cocina, mientras aún mantienen otras responsabilidades asociadas históricamente a lo masculino como el auto, el jardín o el trabajo.
Hoy el papel de padre se enfrenta a nuevas nociones de masculinidad. Si antes el “padre ideal” debía ser estricto, responsable, exitoso laboralmente, hoy se espera que sea más amable, cariñoso y orientado a los niños, reconociendo a su vez la relevancia de su presencia en la infancia. Sin embargo, esto presenta una paradoja, pues compite con la expectativa y deseo de éxito en lo material que sigue siendo asignado mayoritariamente al hombre.
La paternidad no es ni debe ser una copia de la maternidad, ni se pueden reemplazar entre sí. El filósofo coreano Byung-Chul Han en Psicopolítica, reconoce que, en neoliberalismo, la agresión se dirige hacia el yo, y una de esas principales agresiones es la falta de tiempo para lo que realmente importa, como es la relación padre e hijo.
“El exceso de positividad en nuestra época nos lleva a explotarnos a nosotros mismos”. Byung-Chul Han.
Y quizás el mayor síntoma de esa explotación es no tener tiempo para quienes amamos. Un padre activo resiste ese ritmo. Reivindica el tiempo compartido. Recupera lo esencial. Se denomina de esta forma “paternidad activa” como no delegar en otros aquellos aspectos relacionales que son responsabilidad de ambos miembros de la pareja. Significa interesarse y estar presente activamente en la vida cotidiana y contribuir en la crianza. La familia es esencial, termina siendo un “laboratorio del mundo” como dijo el filósofo Pierre Bordieu. El padre ya no es solo proveedor ni figura lejana. Ahora puede, y muchas veces quiere, estar presente, cuidar, abrazar, fallar, intentar de nuevo.
El rol del padre es igual de importante que el de la madre, ambos tienen que estimular a los niños para que descubran sus propios talentos y los cultiven, velar por una buena educación y desarrollo de inteligencia, buen corazón, buen carácter y dialogar todo lo posible, cuidando la comunicación.
A pesar de esto, y de todas las buenas intenciones, de todo manual y libro de autoayuda y de terapias tradicionales y otras no tanto, no hay una fórmula única y mágica. Ser papá, algo que no he vivido, pero si tengo la certeza, es ensayo y error en el camino. Quizás no soy padre-madre, pero si soy hija y testigo de los esfuerzos y resultantes que conlleva esa responsabilidad.
"La vida de los padres es el libro que leen los hijos". San Agustín
La historia de mi papá viene cargada de hermosos y dolorosos recuerdos; pérdida temprana de sus padres y la responsabilidad de una vida que aceleró la adultez. Una vida que según él mismo me dijo, estaba agrietada, hasta que llegué yo. Sin saberlo, me dio una responsabilidad gigante, solo mi presencia sería el pegamento de su vida. Pero el a su vez, me regaló una infancia llena de tiernos recuerdos y conversaciones profundas, aun siendo muy chica.
Mi papá no leyó estudios de psicología ni se propuso cambiar el mundo. Pero me ofreció, desde lo cotidiano, un refugio. La curiosidad intelectual me hacía pasar malas noches cuando me quedaba pensando en la eternidad, el vacío y lo inabarcable del espacio, y más todavía, me preguntaba qué sucedía después de morir a muy temprana edad. Aún recuerdo que mi papá se recostaba a mi lado, me abrazaba y abrigaba y me decía las palabras exactas para olvidar esos intrincados pensamientos. Bastaba un te quiero dicho a tiempo para volver al presente y al ahora.
Claro que también hubo errores. Alejamientos. Silencios. Heridas. Pero aprendí con él que la vida no es blanco o negro, que la mayor parte es gris, y que hay que saber moverse en aquella extensa gama de grises donde suceden las verdaderas lecciones. Me enseñó que se puede dañar sin querer, pero que también se puede reparar, que nada está escrito en piedra y que lo más importante es saber reconocer, a la vez perdonar y perdonarse.
Él me enseñó a ser práctica, pero también contemplativa. A no limitar mi creatividad, a ser inquieta, a apreciar siempre la belleza en los lugares menos esperados. A encontrarla y reflexionar sin miedo sobre los temas que muchas veces los padres nos hacen evitar por miedo a que suframos; la muerte, la enfermedad, la soledad.
Me enseñó a resolver, a cuidarme y valerme por mí misma. A cuidar la memoria, los regalos y recuerdos de quienes queremos. El amor por las plantas y el jardín, por los gatos. Pero por, sobre todo, me enseñó a ser una buena persona, a no dañar a otros y a siempre cuidar y proteger a los míos.
Creo que, de mi personalidad, en lo más profundo a calado mi papá. En lo breve que ha sido mi vida hasta ahora, mi padre cabe entero. En sus luces y sombras, en sus gestos pequeños, en sus errores y aciertos. En lo más profundo de quien soy.
“La vida es breve, pero cabe en ella mucho más de lo que somos capaces de vivir”. Clarice Lispector.
En esos lugares muy profundos donde me logro emocionar con facilidad, agradecida por la fortuna de tenerlo conmigo, que cuento con él para absolutamente lo que sea, y que, incluso cuando la vida tambalea, me ofrece un lugar seguro donde volver con la certeza que siempre he sido y siempre seré su pequeña hija que llevaba en sus hombros para comprar el pan cada fin de semana.
“Cuando naciste, tu madre me dijo algo que nunca entendí. Me dijo: “Ahora estamos aquí para ser los recuerdos de nuestros hijos”. Creo que por fin entiendo lo que quería decir. Cuando eres padre, eres el fantasma del futuro de tus hijos”. Cooper, Interestelar.