De perfección
Nos empeñamos en alcanzar lo inalcanzable, esa meta que cuando creemos rozarla se nos desplaza. Sabemos que la perfección no existe, sin embargo, la buscaremos insaciablemente.
Cuántas veces hemos escuchado “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”, y cuántas veces estaremos de acuerdo con esta frase. El perfeccionismo es un truco que nos juega la mente, desviando nuestra atención hacia metas imposibles, cuando podríamos estar logrando cosas simples pero suficientemente buenas.
El perfeccionismo tiene dos caras: una como virtud que conduce a la excelencia, o bien como un defecto que nos arrastra hasta la frustración y el fracaso.
Según la psicología existen tres tipos de perfeccionismos. El primero de ellos es el perfeccionismo orientado a uno mismo, acá marcamos estándares imposibles de lograr. Estas metas tienden estar asociadas a la autocrítica y a una imposibilidad de aceptar nuestros propios errores. El segundo es el perfeccionismo asociado a los demás; es la tendencia a exigir a que los demás cumplan los altos estándares que les marcamos, y en general, por temor a vernos no satisfechos por el resultado que otros nos entregan, somos incapaces de delegar tareas. El tercero es el perfeccionismo prescrito socialmente: presentan una creencia exagerada de que los demás tienen unas expectativas de ellos imposibles de cumplir y supone dos procesos distintos: una percepción errónea de las expectativas ajenas y una actitud de obediencia ante las mismas. Este perfeccionismo se relaciona con baja asertividad, así como con el miedo al abandono o rechazo. (A.Besser, G.Flett, P.Hewitt)
Creo que casi todos somos perfeccionistas desde muy pequeños. Recuerdo a los 4 años, en pre-kinder en el colegio lo difícil que se me hacía mentalmente estar dentro de ciertas normas, obedecer instrucciones que racionalmente sabía que eran sencillas, pero que me eran todo un mundo por hacer. Puedo ver el papel en mi mesa y un círculo perfecto impreso, simplemente perfecto. La profesora nos pedía pintar el círculo y no salir de la línea. Algo sencillo, pero para esas manos de 4 años con motricidad fina de un tractor era una tarea muy difícil. Me recuerdo pensar este ejercicio, una pequeña parte de mi culparme porque mis dedos inevitablemente empujaban con demasiada fuerza el lápiz y esa estela de color de la punta terminaban por salirse irremediablemente del perfecto y redondo círculo.
Es muy probable que este ejercicio no tenía como fin hacerme hiper-perfeccionista y que su objetivo fuera trabajar la motricidad fina y concentración, pero creo que aún hoy esa sensación de intentar estar dentro de ese círculo perfecto prevalece en mí. Aun así, ya con mis manos con una gran motricidad fina, me he permitido y voy aprendiendo de a poco ser menos perfeccionista conmigo y con el resto.

Pero es una tarea difícil, vivimos atosigados de perfección en cada hora del día, las redes sociales, televisión, publicidades. Son casi todas perfectas, y casi todas, falsas. Buscamos en lugares incorrectos y miramos estándares que son ilusiones vacías.
Debemos ser perfectas, bellas, jóvenes y buenas. Rodeadas de productos que nos aseguran que esto es alcanzable o al menos pavimentan ese camino para lograrlo. Nos llenamos de rutinas de autocuidado, tratamos nuestra piel con hidratantes serums como el suave suero de ácido hialurónico + B5 The Ordinary, o emulamos un rostro fino con facciones de escultura griega con contornos como el Bronzer & Contour de Okwu que me lo presentaron para la última función de danza y que hoy persigo en todas las tiendas.
La perfección está asociada directamente a la belleza y a su vez, a la juventud. Recientemente leí el primer libro de la tetralogía de Elena Ferrante, Dos Amigas y más allá de la perfección entendida como posible y existente en el otro comparable, en uno de sus capítulos la narradora hace reflexionar sobre la belleza, esa perfección que finalmente es efímera:
“La belleza que Cerullo llevaba en la cabeza desde niña no ha encontrado salidas, Greco, y le ha ido a parar toda en la cara, el pecho, los muslos y el culo, sitios donde se pasa muy pronto y después es como si nunca la hubiese tenido”.

Pero tras esa aparente perfección, finalmente lo “perfecto”, lo “bello”, la “armonía” reside en lo pequeña asimetría, en la disonancia, final y justamente en lo “no perfecto”. En el “camino a”, “para”, “hacia”, no en su llegada.
“La dignidad del arte no está en buscar la belleza donde sabemos que se encuentra sino tal vez donde nos dijeron que no estaba”. William Ospina
Es en ese tránsito gris, de colores ambiguos donde está la real belleza de la imperfecta perfección. En la danza, se encuentra en esas milésimas de segundos, entre una pose y otra, en la transición entre partes y movimientos, en esos momentos de quietud en movimiento que a veces parecen infinitos como si se detuviera el tiempo y muchas otras veces tan rápidos que nos dejan sin aliento. Es en ese preciso momento donde aparece nuestra esencia sin tapujos, nuestra cruda verdad, que a veces queremos tapar y otras veces exponer, pero que sin mayor esfuerzo se esmera en aparecer.
En la vida, hay algo similar en la perfección como en la felicidad plena, que sabemos que es un instante único, como una fotografía que nos quedará grabada pero que no podremos volver a vivir esa misma experiencia. Es un pequeño instante que somos conscientes de eso y lo registramos en nuestra memoria. Accederemos luego a ese recuerdo perfecto, al cual lo adornamos de detalles, algunos reales y otros no: olores, tonos, temperaturas. Que terminan siendo nuestro cobijo para nuestro presente, de memorias perfectas y llenas de disfrute:
“Saludó a la belleza diciéndole que el destino la sigue como un perro, pero no importa si ella, que nos abre la puerta a algo infinito, viene del cielo o del infierno, ya que su efecto sobre nosotros es hacer menos opresivo el paso del tiempo y menos horrible el universo.” William Ospina sobre Charles Baudelaire.
Quizás el foco no lo debiésemos poner en la perfección misma, sino en buscar llegar a esa emoción que provoca, con un vehículo menos nocivo para nosotros y para quienes nos rodean. Bajo una forma que nos permita reconocer los límites de la realidad y los propios, y en ese camino gozarnos más por lo logrado, dejarlo tal cual es.
"La perfección se consigue no cuando no hay más que añadir, sino cuando no hay nada más por quitar". Antoine de Saint-Exupéry, El Principito.