De tiempo
Es relativo, y quizás por eso, su naturaleza nos resulta tan esquiva. Es una magnitud física, sí, pero también es ritmo, memoria, expectativa. Es simultaneidad y separación.
El tiempo nos permite organizar nuestras vidas entre el pasado, el presente y ese futuro que siempre está a la vuelta de la esquina. Es nuestro recurso más valioso, y a veces, el más escaso.
“Lo único que realmente nos pertenece es el tiempo. Incluso aquel que nada tiene, lo posee.” –Baltasar Gracián
La palabra tiempo proviene del latín tempus, que significa medida o extensión. Y aunque lo medimos en segundos, minutos y horas, su verdadero peso está en cómo lo vivimos, en cómo lo percibimos. Si observamos desde la física clásica, el tiempo es absoluto, idéntico para todas las personas, marcando la sucesión de los hechos. Pero Einstein nos sacudió con su teoría de la relatividad, recordándonos que el tiempo depende del observador, de su percepción y de su lugar en el universo:
“La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una ilusión persistente”. –Albert Einstein
Más allá de las leyes físicas, el tiempo también es un concepto filosófico, San Agustín en sus “Confesiones”, nos invita a pensarlo como algo profundamente ligado al alma humana. Para él el pasado no existe porque se ha ido, y el futuro no existe porque aún no ha llegado. Lo único que nos queda es un presente que se escurre, que se convierte en memoria casi al instante. La memoria del pasado, la atención al presente y la expectativa del futuro son, en sus palabras, tensiones del alma:
“Lo que es cierto, y que clara y patentemente se conoce, es que ni lo pasado es o existe, ni lo futuro tampoco. Ni con propiedad se dice: “tres son los tiempos: pasado, presente y futuro”. Y más propiamente acaso se diría: “Tres son los tiempos, presente de las cosas pasadas, presente de las presentes y presente de las futuras”. Porque estas tres presencias tienen algún ser en mi alma, y solamente las veo y percibo en ella. Lo presente de las cosas pasadas, es la actual memoria o recuerdo de ellas; lo presente de las cosas presentes, es la actual consideración de alguna cosa presente; y lo presente de las cosas futuras, es la actual expectación de ellas. Si me es permitido hablar así, veo ya los tres tiempos y confieso que los tres existen. Puede decirse también que son tres los tiempos: presente, pasado y futuro, como abusivamente dice la costumbre; dígase así, que yo no curo de ello, ni me opongo, ni lo reprendo; con tal que se entienda lo que se dice y no se tome por ya existente lo que está por venir ni lo que es ya pasado. Porque pocas son las cosas que hablamos con propiedad, muchas las que decimos de modo impropio, pero que se sabe lo que queremos decir con ellas.” –San Agustín
Julia Kristeva, en cambio, nos ofrece una mirada contemporánea, analizando cómo el tiempo es vivido, representado y simbolizado. En “El tiempo sensible”, analiza cómo la subjetividad se configura en la relación entre el tiempo y el espacio. Es a través de estas representaciones que construimos nuestra identidad. El tiempo no es solo lo que es; es lo que recordamos, lo que sentimos y lo que proyectamos.
Para muchos, el tiempo se materializa en pequeños objetos cargados de significado. Relojes que heredamos, que usamos o que guardamos con cariño. Mi reloj favorito es uno que perteneció a mi madre. Es sencillo, discreto, pero me acompaña como un recordatorio de su historia, de su tiempo. Cuando lo llevo puesto, siento que una parte está conmigo, midiendo conmigo cada segundo.
En mi día a día, uso un reloj deportivo, práctico y funcional. Pero ese otro, el que atesoro, lo saco en momentos especiales, como si al usarlo detuviera un poco el tiempo y pudiera llevarme conmigo su memoria.
Si lo piensas, nuestra percepción del tiempo cambia a medida que crecemos. En la infancia, el tiempo nos parecía infinito: las calurosas vacaciones de verano duraban una eternidad, los días entre una Navidad y la siguiente, o entre nuestros cumpleaños se estiraban como un chicle. Pero conforme pasa la vida, nos encontramos diciendo con frecuencia: “No puedo creer que ya sea jueves” o “¿en qué momento pasó todo el año?”.
Este fenómeno tiene una explicación en la teoría de la relatividad. A medida que envejecemos, nuestra percepción del tiempo se acelera porque cada día representa una porción más pequeña en nuestra vida total. Un año para una niña de 5 años es una quinta parte de su vida; para alguien de 50, es apenas un cincuentavo. Pero si el tiempo es tan preciado y fugaz, ¿qué podemos hacer para habitarlo realmente? La respuesta quizás esté en la conciencia plena, en hacernos presentes en nuestro tiempo.
Soy de esas personas que, cuando algo realmente importante ocurre, logra abstraerse un segundo y observarlo. Como si pudiera congelar el momento y grabarlo en una línea de tiempo. Me hago consciente de que ese instante es único, que nunca volverá, pero que también, en ese preciso momento es eterno. Y al registrarlo, lo hago mío: los aromas, las luces, los sonidos, las texturas. Como si esos pequeños detalles me permitirían volver a habitarlo en el futuro.
“El tiempo es la imagen de la eternidad en movimiento.” –Platón
Cada cosa tiene su tiempo preciso. La vida tiene un ritmo, una sinfonía en la que cada etapa tiene su compás particular. La infancia con su tiempo infinito. La juventud con su urgencia. Y la adultez con su desafío de encontrar pausas en medio del caos. Quizás la clave esté en detenernos un momento, en elegir con cuidado cómo invertimos nuestro tiempo y con quién lo compartimos. Si logramos ser más conscientes de nuestro presente, podremos, aunque sea por un instante, estirar un poco ese tiempo fugaz y hacerlo nuestro.
“Para cada cosa hay un tiempo. Un tiempo para reír y un tiempo para llorar, un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar.” –Eclesiastés 3:1
Hoy, más que nunca, el tiempo es un lujo. En un mundo que se mueve tan rápido, en el que todo parece urgente, tomarnos el tiempo de habitar lo que vivimos se convierte en un acto de resistencia. Si es tan preciado el tiempo, si depende de nuestra propia percepción, de nosotros depende percibirlo más lento, o más bien, que lo disfrutemos más, que realmente habitemos nuestro tiempo. Somos fantasmas de nuestro presente y sueños de nuestro futuro.
Que hermoso escribes amiga. Tus palabras son un bello regalo para el alma. Gracias