De vacaciones
El deseo, el sueño, la meta de muchos: ¡vacaciones! Trabajamos sin cesar, ahorramos cada moneda, y más, para esos anhelados días de descanso.
Escribir sobre vacaciones y viajes me llena de placer. No hay nada mejor que sentirse extranjero y turista para conocer nuevos lugares. Te desconecta de inmediato. Pero ¿de dónde viene esta necesidad de escape, de ir lo más lejos posible, idealmente en otro huso horario? Esta necesidad de ser otro, aunque sea por un breve momento.
Vivimos a alta velocidad, las horas pasan rápido. ¿Cuántas veces hemos dicho: “ojalá el día tuviese más horas”, o “no alcancé a hacer todo lo que debía hoy”? Esto refleja cómo se nos pasan los meses, los años, y finalmente, la vida. La mayor parte del tiempo la vivimos trabajando. Pasamos más tiempo en la oficina que con nuestra familia y amigos. Estamos en modo avión muchas veces en esta vida paralela, pero estamos siempre pensando y soñando con los momentos de ocio: los feriados, el fin de semana, los jueves por la noche, y obviamente, las vacaciones. Soñamos despiertos con esos momentos, con ser y estar con lo que amamos, relajarnos y no tener que pensar demasiado o tomar decisiones, simplemente disfrutar.
Es el momento que no eres productivo y puedes permitirte no serlo. Personalmente, dejar estos pensamientos siempre me ha sido un desafío. El no hacer nada, no crear algo, simplemente vegetar, me ha costado entenderlo como un espacio necesario para el bienestar, y no creo ser la única:
“Se necesita coraje para decir que sí a descansar y jugar en una cultura donde el agotamiento se considera símbolo de estatus”. Brene Brown
Esta cita, que muchas veces utilicé en mis trabajos anteriores para dejar el mensaje automático de correo cuando me iba de vacaciones, refleja exactamente lo que sucede en nuestra cultura. Donde el exitismo, el trabajo y todo lo que esto implica, -cansancio, entrega desmedida, estatus-, terminan siendo los pilares primordiales en la configuración de nuestra identidad y de cómo nos relacionamos.
Añoramos lo que no tenemos; el pasto del vecino siempre es más verde. Quizás los que viven de “vacaciones” desean una vida llena de ocupaciones, y siempre será así. Pero cuando nos toca, cuando logramos obtener ese sampling de otra vida, lo disfrutamos de manera consciente.
Así, cuando programamos unas vacaciones especiales, sobre todo al extranjero, las saboreamos de inicio a fin, con todos nuestros sentidos: todo es nuevo. Viajar te permite ser el que observa y el que es parte. Te maravillas de pequeñas cosas cotidianas que en tu lugar de origen generalmente las dejas pasar. La visita a un supermercado local te deslumbra, con un sinfín de productos que no conocías o marcas que reconoces o no de tu lugar de residencia. Te haces una idea de propia del diario vivir de otras personas, de otras culturas y otros modos de consumo:
“Viajar es descubrir que todos están equivocados sobre otros países”. Aldous Huxley
Este maravillarse cuando se es turista es resultado de cómo han variado las vacaciones. Ya no son cómo las recordábamos de pequeños en balnearios rústicos donde cada año íbamos y nos quedábamos al menos tres semanas seguidas. Hoy, las vacaciones han cambiado, al igual que las formas de trabajo, la organización familiar, economía y generaciones.
Antes, era común que la madre se fuera con los hijos un mes o más al lugar tradicional de veraneo, mientras el marido se quedaba en la ciudad trabajando. Esta realidad hoy nos parece muy lejana. En general, las familias han cambiado, ambos padres trabajan y hay más familias monoparentales, por lo que compatibilizar los días libres puede ser más complicado que antes. Además, el acceso a viajar fuera del país es mucho más viable con la aparición de compañías aéreas low cost, acercándonos a destinos que antes ni soñábamos visitar.
Viajar al extranjero es una experiencia única de principio a fin. El mero hecho de estar en el aeropuerto ya marca el inicio de una prometedora experiencia. Por eso, cuando las cosas salen mal, como cancelaciones de vuelos, o problemas con el transporte, resulta tan frustrante. Las expectativas que ponemos a las vacaciones son enormes. Exigimos todo y más; no nos rompemos el lomo trabajando por nada. A veces, este frenesí, exigencia y organización pueden ser más frustrante que trabajar. ¿Por qué trabajamos incluso cuando deberíamos descansar? ¿Será que somos incapaces de apagar nuestro motor de cabeza ansiosa?
Soy muy buena organizando viajes. Me gusta planificar, hacer mapas de destinos y cosas que me gustaría visitar: restaurantes, tiendas, estudios de danza y cosas más freak. Me he ganado cierta fama por esta habilidad y muchas veces me han pedido mis documentos. Pero debo ser sincera, soy pésima con la gestión de crisis o con la operativa misma en el lugar. Generalmente llego exhausta por la organización propia, así que cualquier imponderable prefiero que otro lo resuelva. El estar allá, me deja soltar y me dejo llevar. En general, tomo roles de mayor control en mi día a día, pero en vacaciones apago ese interruptor y tomo distancia.
Tomar la distancia es esencial; da perspectiva y nos hace sentir pequeños en este mundo. Cada cosa toma su lugar:
“Toma cierta distancia, porque así el trabajo parece más pequeño, la mayor parte se puede asimilar en un abrir y cerrar de ojos, y la falta de armonía y la proporción es más fácil de ver”. Leonardo Da Vinci.
Al final, no importa donde vayas, si es a la playa a dos horas de la ciudad o a un destino a 14 horas en avión. Las vacaciones son un escape, más que de la rutina y del trabajo, de nosotros mismos y hacia nosotros mismos.